Al miedo tenemos que agradecerle muchas cosas. Cruzar la calle mirando a ambos lados, asegurarnos de que estamos bien sujetos antes de hacer “puenting”, etc. Pero también es la causa de mucho sufrimiento.
¿Por qué algo que en principio me sirve para mi supervivencia puede ser al mismo tiempo fuete de tantos problemas?
La respuesta empieza por decir que en realidad somos hijos de los cobardes. Aquellos hombres de las cavernas que tenían miedo de los animales peligrosos, los que no se enfrentaban a ellos e incluso escapaban corriendo cuando veían alguno…esos son nuestros padres, los supervivientes. No los valientes que estaban deseando luchar, enfrentarse y matar a uno de esos animales peligrosos. Esos no vivieron muchos años…
Así que hemos heredado un sistema de supervivencia que se pone en funcionamiento cuando nos enfrentamos a algún peligro. El hecho es que tenemos ese sistema pero en nuestra vida diaria no tenemos que enfrentarnos a esos peligros constantemente. Es decir, no pasean por nuestras calles animales peligrosos ni nuestra vida corre tanto peligro. Así que se produce un desajuste.
Nosotros tenemos que enfrentarnos a otros miedos “más cotidianos” como enfrentarnos a nuestro jefe, hablar en público, hacer un examen,… situaciones todas ellas que, aunque lejos de ser un peligro para nuestra vida, representan un peligro para nuestra imagen, el concepto que pueden tener los demás de nosotros, quedarme sin trabajo,… así que se pone en funcionamiento ese sistema de supervivencia.
Mi cerebro percibe todas esas situaciones como peligrosas, siento miedo y eso hace que mi cuerpo se ponga en alerta. El miedo en sí no es un problema. Representa un problema cuando este miedo me paraliza. Hace que no me exponga a determinadas situaciones.
Hay personas a las que les gusta sentir miedo. Viendo una película, haciendo deportes de riesgo,.. y hay otras que huyen de esa sensación. La evitan. Eso parece solucionar su problema, puesto que no tienen que enfrentarse a la situación. Pero realmente lo que están haciendo es perpetuar el problema. Es decir, si no me enfrento, no lo supero.
Si, por ejemplo, me acerco un día a un perro, y éste me muerde. Seguramente no me quedarán muchas ganas de volver a acercarme a él otro día. Así que la solución que encuentro es alejarme lo más posible. Pero claro, alejarme de ese perro está muy bien, pero ¿quién me asegura que no me morderá otro perro si me acerco? Mejor prevenir. Debo alejarme lo máximo posible de todos los perros que me encuentre.
Si no me vuelvo a acercar a ninguno, me moriré pensando que “todos los perros muerden”, además de limitar mucho mi vida ya que tendría que evitar todo tipo de perros, en los parques, en las calles, incluso en las tiendas,…mi vida perdería mucha variedad de actividades y experiencias, siempre pendiente de ver donde se puede esconder un peligro.
Por el contrario, si me enfrento a esa situación temida, Aunque mi mente me diga que no lo haga, lo que estoy haciendo es rompiendo ese círculo. Me estoy demostrando a mí mismo que no es cierto, que no todos los perros muerden. Y podré volver a disfrutar de su compañía y de todas aquellas actividades que había eliminado de mi repertorio.
Se trata de ir en contra de mi instinto. No evitar la situación temida, sino ir hacia ella para ponerla a prueba.