A veces utilizamos expresiones como “¿Por qué haces que me enfade?” o “me pongo nerviosa por tu culpa” y, aunque son expresiones que oímos frecuentemente, encierran un razonamiento erróneo.
Pensamos que, si protestamos o decimos lo que pensamos, la otra persona se puede enfadar y eso, como he dicho, no es del todo cierto.
Por ejemplo, si yo quiero decirle a mi pareja que no me apetece ir a ver a su familia un fin de semana, pero no le digo nada para que no le parezca mal, es cierto que así no se va a enfadar.
Pero no es menos cierto que, si se lo digo y se enfada, no es mi responsabilidad. Es decir, yo no soy responsable de las emociones de los demás. Soy responsable de las mías.
Así, si mi pareja se enfada, no es por el hecho de que no me apetezca ir el fin de semana a ver a su familia, estoy en mi derecho a que me apetezca o no hacer algo. Lo que realmente le molesta a mi pareja es que él piense que no es justo que el fin de semana anterior fuéramos a ver a mi familia y éste yo no quiera ir a ver a la suya.
Puede pensar que es una falta de respeto hacia él y hacia su familia, que no es justo que yo no haga por él lo que él está haciendo por mí.
Son estos pensamientos los que realmente hace que se enfade. Es su forma de interpretar la situación la que hace que no le parezca justa la situación. No lo que yo haya dicho o hecho (siempre y cuando lo haga de una forma correcta).
Su enfado tiene más que ver con él y su forma de pensar, que conmigo y mi forma de expresarme. Se enfada porque él lo decide así (no porque yo le incite), aunque no seamos muy conscientes.
Pensemos también que, si esto fuera cierto, tendríamos mucho poder sobre los demás. Nuestras emociones no serían nuestras, sino impuestas por los demás. Y nosotros no podríamos hacer nada. Simplemente nos quedaría sentir las emociones que los demás nos provocan, sin poder evitarlo.
Seamos más activos. Reconozcamos que, cuando nos enfadamos, nos entristecemos o nos alegramos, lo hacemos porque nosotros queremos, o por lo menos, porque nosotros lo provocamos. Con nuestra forma de pensar e interpretar las cosas que nos pasan.
Así que, la próxima vez que digamos que nos enfadamos por culpa de alguien, pensemos más en qué estoy haciendo yo para sentirme así. Seguramente tenga un papel más activo de lo que pienso. Sólo así seré capaz de cambiarlo. De lo contrario me tocará sufrir lo que los demás decidan.