A veces nos olvidamos de cuando éramos niños….¿os acordáis cuando se acercaban las Navidades que siempre le escribíamos la carta a los Reyes Magos o Papá Noel? (según el caso) .... ¿Por qué dejamos de hacerlo?
Cuando fue el momento exacto en que dejamos de pedir aquellos que queríamos? Por qué lo dejamos? …. Imagino las respuestas. Todos recordamos aquel momento en que nos dimos cuenta de que las cosas , de repente, habían cambiado para siempre, pero… ¿por qué?
Hasta entonces nos había funcionado muy bien el sistema: Desde todos los frentes se nos llenaba la cabeza de juguetes, productos, etc. Y nosotros, de entre todas las posibilidades, elegíamos las que más nos gustaban y las escribíamos en un papel más o menos decorado, con la esperanza de que lo recibiera quien lo tenía que recibir y, como habíamos sido lo suficientemente buenos ese año, nos concederán al menos alguno de esos regalos.
El funcionamiento era sencillo. Y así no había posibilidad de error. Estaba todo claro: pedíamos aquello que queríamos. Lo que más nos gustaba. Lo que nos hacía felices.
Pero entonces dejamos de hacerlo. Crecimos y empezamos a pensar que nuestra pareja, nuestra madre o nuestro hermano /a ya sabían lo que queríamos, nos conocían lo suficiente para saber lo que necesitábamos o lo que nos haría felices.
Y si no nos lo daban era porque no querían.
Pero…. ¿y si realmente no nos conocen tanto? ¿y si no lo hacen a propósito? Es decir, a lo mejor es que no se han dado cuenta de lo que queremos.
Hace tiempo conocí a una pareja muy mayor y hablando con ella descubrieron que ella tenía una espinita clavada desde hacía muchos años: el marido nunca le había regalado un ramo de flores, y eso que “él sabía lo mucho que le gustaban”.
Al oir esto, el marido se sorprendió mucho y mirándola le dijo que él siempre había pensado que a ella ¡¡no le gustaban las flores!!
Resuelto el malentendido, espero que él le haya regalado alguna vez un ramo de flores. No lo sé. No los he vuelto a ver.
Pero realmente eso es lo que nos pasa continuamente. Esperamos que los demás se den cuenta, que los demás ya nos conocen, que lo saben…. Y es más, pensamos que si no nos dan aquello que nos gusta lo hacen a propósito, para fastidiarnos. Pero seguimos sin hablar. Seguimos sin pedir.
Porque pedirlo es rebajarse, no es necesario, “si me quiere..”, “como me conoce..”, “lo sabe perfectamente..”, “yo se lo dejo caer, se lo insinúo..” y seguimos sin tener aquello que queremos, aquello que nos gusta y nos hace sentirnos bien.
Así que nos amargamos. Acusamos de incompetentes a los demás cuando realmente la incompetencia es nuestra de no pedir aquello que precisamos o queremos.
Así que la solución es fácil: como hace un amigo mío todos los años por su cumpleaños; se hace un “autorregalo”, es decir, va a una tienda, compra lo que a él le gusta y se lo envuelven para regalo. Al llegar a casa a lo abre y….siempre acierta!!!
Eso también pasa al revés, cuando vamos a comprar un regalo para un amigo, por ejemplo, por su cumpleaños, muchas veces acabamos comprando algo que realmente nos gustaría para nosotros, y nos sorprende cuando vemos que a nuestro amigo no le hace tanta ilusión como imaginábamos.
Por eso, volvamos a ser como cuando éramos niños. Volvamos a pedir aquello que necesitamos, o queremos o simplemente nos sienta bien. Volvamos a ser sinceros y a decirles a los demás qué es lo mejor para nosotros. Los demás no tienen por qué saberlo.