El coche nos avisa cuando tiene poco combustible porque se enciende una señal luminosa. Esa luz nos ha evitado multitud de problemas. Es más, los mecánicos aconsejan ni siquiera llegar hasta ahí, que es mejor que el coche vaya más cómodo y meter el combustible antes de que salte la señal. Una vez llegados ahí ese combustible puede ir estropeando el motor porque ya tiene pequeñas impurezas que se van depositando en el fondo del depósito.
Pues a las personas nos pasa algo parecido. También tenemos un límite. No tenemos una luz que se nos ilumine cuando llegamos a ese extremo pero nuestra señal son las emociones, por ejemplo, la ansiedad, que nos avisan de que algo pasa, que no podemos más y que no es sano seguir aguantando. Pero como las emociones no nos paran, nos acostumbramos mal y seguimos adelante. Pensamos que podemos, que somos fuertes, que hay que aguantar. Y seguimos tirando para delante. La siguiente señal son los síntomas físicos, como cansancio, pinchazos en el pecho, problemas de digestión, dolores de cabeza, etc. esos síntomas pueden ser muy variados. Llegados a este punto es verdad que ya empezamos a preocuparnos, vamos a los médicos, a los especialistas, nos hacen pruebas… pero seguimos aguantando.
Llega un momento en que ya no podemos más. Nos cuesta levantarnos, estamos cansados permanentemente, lloramos sin saber muy bien por qué, no tenemos fuerzas para nada y hemos perdido la motivación. Nada nos ilusiona, nada disfrutamos. Estamos apáticos. No nos reconocemos a nosotros mismos y nuestra familia y amigos tampoco. Nosotros no somos así.
Es ese el momento en que nos hemos quedado sin combustible. Y, lo mismo que le pasa al coche, nos hemos parado en medio de la carretera sin llegar siquiera a una gasolinera. Ahora ponernos en marcha va a resultar más difícil que si nos hubiéramos parado a repostar. Pero parece que nunca encontramos el momento para parar en una gasolinera, incluso seguramente hemos pasado varias por el camino, pero nunca es el momento adecuado, nos da la sensación de que no podemos parar, ni siquiera bajar de marcha. Y así llegamos a consumirnos. A vaciarnos. Y cuando el mecanismo se para, nos va a costar volver a ponerlo en marcha.
Es ahí cuando normalmente acudimos al psicólogo. Cuando ya no podemos más y ya estamos desesperados porque lo hemos intentado todo. Pero incluso ahí tenemos prisa. No sabemos cómo hemos llegado hasta ahí pero no podemos seguir así, no podemos pararnos, “ahora no”. Y buscamos soluciones rápidas cuando en estos casos no hay atajos. Tenemos que pararnos y darnos tiempo para recuperarnos. Cuidarnos para volver a coger fuerzas.
Volveremos a funcionar. Volveremos a ser nosotros. Pero hemos descubierto algo de nosotros mismos: somos finitos. Tenemos un límite que no deberíamos volver a alcanzar. Ahora ya conocemos un poco más la capacidad del depósito. Ya podemos cuidarnos antes para intentar no volver a caer en una depresión.