No nos gusta la incertidumbre. Queremos saber YA. Saber lo que va a pasar en el futuro, saber lo máximo posible para poder entender, saber lo que piensan los demás, etc. Buscamos el control. Pero lo cierto es que eso no es posible y acabamos sintiéndonos frustrados.
Necesitamos saber lo que va a pasar en el futuro y para ello imaginamos cientos de posibilidades de todo lo que puede salir mal y buscamos soluciones para cada una de esas alternativas. No nos ponemos en lo mejor que puede pasar porque para eso no necesitamos prepararnos. Pensamos que si no prevemos lo que va a suceder y nos preparamos para ello no vamos a ser capaces de afrontarlo de la mejor manera posible. Y ese es un ejercicio infinito, porque nunca acaba. Cuando por fin vivimos esa situación temida enseguida empezamos con la siguiente. Con apenas tiempo para disfrutar de esa sensación tan agradable de que al final no era para tanto como nos habíamos imaginado.
Necesitamos saber toda la información posible para poder entender, por ejemplo, por qué nos dejó nuestra pareja si no nos ha dado demasiadas explicaciones, intentamos contactar con nuestro ex, pedir explicaciones una y otra vez.. No entender nos dificulta afrontar el proceso de duelo. O nos quedamos a ver el final de una película que no nos gusta sólo por conocer el final, aunque cuando lo veamos pensemos que no nos ha valido la pena ver la película entera. O somos capaces de sentirnos culpables de algo solo para que eso tenga sentido, por ejemplo, pensar que alguien ha tenido un accidente con el coche solo porque yo le dejé las llaves del mismo.
Necesitamos saber lo que piensan los demás de nosotros. Y para ello damos vueltas en nuestra cabeza a las últimas conversaciones que hemos tenido con esa persona, buscamos diferentes significados a sus palabras, leemos entre líneas, ponemos palabras en su boca..
Pensamos que necesitamos saber todo eso para poder vivir tranquilos. Buscamos el control de todo lo que nos rodea. Nos frustramos cuando las cosas no suceden como nosotros pensábamos, esperamos que los demás se comporten como nosotros lo haríamos, etc. pero realmente esa no es nuestra necesidad. Y lo digo porque es una necesidad imposible de cubrir. Está fuera de nuestro alcance. No podemos obligar a alguien a que haga algo que no quiere o que la vida no nos proporcione imprevistos que nos obliguen a cambiar nuestros planes, etc.
Nuestra necesidad es otra. Se trata de tener el control de nuestra propia vida. Pretendemos controlar todo lo que no depende de nosotros pero no lo que está a nuestro alcance. Es decir, buscamos el control fuera de nosotros cuando no utilizamos el control sobre nosotros mismos y nuestras vidas. Así, seguramente, no estemos acostumbrados a tomar nuestras propias decisiones, no seamos capaces de gestionar nuestras emociones y las tapemos porque entendemos que si algo se calla es que no existe.
A veces, aunque tratemos de controlar cosas que están a nuestro alcance, no lo hacemos de una manera sana, por ejemplo, intentamos controlar la alimentación exponiéndonos a dietas muy restrictivas, cuando realmente ahí no tenemos el control de la situación porque no decidimos nosotros qué comer o cuanto, si no que lo decide nuestra idea preconcebida de lo que debemos hacer. Por ejemplo, no comemos pan o un trozo de pastel aunque nos apetezca porque nos decimos que está prohibido, pensando que así controlamos la situación cuando lo único que hacemos es reproducir un esquema mental restrictivo, no tomamos nosotros la decisión, nos sentimos obligados a hacerlo.
Es verdad que la vida está llena de cosas que nosotros no decidimos ni controlamos, pero también es cierto que siempre hay una parte, por pequeña que sea, que depende de nosotros, esa parte es la que está en nuestras manos, es ahí donde podemos actuar y cambiar las cosas.
No necesitamos controlar el futuro, pero sí necesitamos decidirlo.