La ansiedad es aquella emoción que nos avisa de los peligros, bien para evitarlos, por ejemplo, subirse a una altura cuando no se está seguro, o afrontarlos de la mejor manera posible, por ejemplo, andar sobre un terreno peligroso, nos ayuda a hacerlo concentrados, con cuidado,..
El ser humano sobrevive gracias a anticipar peligros. Ponernos en lo peor nos ayuda a mantenernos a salvo: “¿y si…?”
Los trastornos de ansiedad se basan en este principio pero de una manera exagerada. Nuestra mente se comporta entonces como una madre o padre sobreprotectores. Si su hijo se hace daño en el parque, ese padre o madre pueden pensar que su hijo está más seguro en casa. Imagina que desde que el niño no sale a la calle no se ha vuelto a hacer daño. En el fondo pueden pensar: objetivo cumplido. Pero claro, ¿a costa de qué? ¿Qué calidad de vida tiene ese hijo? Claro que eso a nuestra mente no le preocupa. Entiende que nos está salvando la vida.
Y esos “y si…” empiezan a limitar nuestra vida, nos rodeamos de ellos, deciden por nosotros…
¿Qué podemos hacer? Imagino que es como llegar a un acuerdo con nuestra mente, es decir, llegar a un punto de equilibrio entre correr riesgos y tener suficiente calidad de vida. No nos alejaremos demasiado de nuestra zona de confort, pero sí lo suficiente como para ampliar nuestro repertorio de actividades, por ejemplo, relacionarnos más, tener diferentes actividades de ocio, etc. Se trata de ir ganando terreno poco a poco. Recuperar muchas de las actividades que hemos ido abandonando por si aparecía nuestra ansiedad. Demostrarle a nuestra mente (padre o madre sobreprotector) que no corremos excesivo peligro, que ese riesgo es asumible a cambio del bienestar que nos proporciona.
Potenciar nuestras emociones positivas o agradables también es una forma de luchar contra los trastornos de ansiedad.